martes, 10 de agosto de 2010

Los trabajadores rurales: un mundo complejo

Artículo publicado en el Diario La República (10 agosto 2010)
Por Fernando Eguren (Presidente de CEPES)
 El mundo de los trabajadores rurales es más complejo que la imagen que de él tienen los políticos y, en general, los citadinos.
Los trabajadores rurales son el 37% del total nacional. Es generalizada la idea de que se dedican sólo a la agricultura. La realidad es mucho más matizada, como lo muestran las Encuestas Nacionales de Hogares que el INEI realiza. Así, según la ENAHO del año 2008, una cuarta parte de los trabajadores rurales no se dedica a actividades primarias, sino a la manufactura, al comercio y a diversos servicios.
La inmensa mayoría de los trabajadores rurales que se dedican a la agricultura son independientes: son agricultores familiares y campesinos, y su número es mucho mayor en la sierra que en las otras dos regiones.
En cambio, los asalariados agrícolas son una minoría: sólo uno de cada siete trabajadores en el campo es asalariado, siendo esta relación una de las más bajas de América Latina. Puede sorprender que casi la mitad de estos asalariados –el 45%– estén en la sierra, en donde hay un menor desarrollo relativo de la agricultura capitalista comparado con la costa, en donde labora el 32% de los asalariados. Ello indicaría que una parte importante de pequeños agricultores de la sierra emplea a trabajadores asalariados, aun cuando sea sólo eventualmente.
También puede sorprender que un apreciable porcentaje de trabajadores de la agricultura sean residentes urbanos: lo son una tercera parte de los asalariados agrícolas.
La participación de la mujer trabajadora es importante, pero en el mundo de la pequeña agricultura un elevado número no recibe remuneración. Sólo un porcentaje reducido de mujeres son trabajadoras asalariadas, aun cuando su número ha ido creciendo en los últimos años, sobre todo con el desarrollo de la agroindustria moderna.
La incidencia de la pobreza entre los trabajadores rurales es muy alta, 55%, pero lo es más en aquellos que se dedican específicamente a la agricultura: 58% entre los hombres y 63% entre las mujeres.
La escasa disponibilidad de tierras, los bajos rendimientos y el escaso acceso de servicios necesarios para la producción contribuyen a mantener en la pobreza a la pequeña agricultura independiente. En el caso de los asalariados rurales, más de las tres cuartas partes ni siquiera reciben la remuneración mínima vital, lo cual expresa un altísimo porcentaje de incumplimiento de la legislación laboral, aun en la costa. Contribuye a la precaria situación de los asalariados agrícolas la inestabilidad en el trabajo, situación que se mantiene aun en las empresas debidamente constituidas gracias a la flexibilidad de ciertos tipos de contrato.
Según las planillas electrónicas del Ministerio de Trabajo, dos terceras partes de los trabajadores agrícolas en empresas formales tienen contratos ‘a modalidad’, los cuales no garantizan su seguridad en el empleo.
El conocimiento de las características de los trabajadores rurales es indispensable para que las políticas laborales, las de desarrollo rural y aquellas que pretenden reducir la pobreza rural, sean eficaces.

Artículo publicado en el Diario La República (10 agosto 2010)

Exportaciones, concentración de la propiedad y seguridad alimentaria


¿Hay alguna relación entre la seguridad alimentaria del país, la concentración de la propiedad de las tierras agrícolas y las exportaciones?

Sí la hay, y esto es más evidente si nos ubicamos en una perspectiva temporal de largo plazo.

Actualmente hay aproximadamente 1.8 millones de hectáreas dedicadas a la producción de alimentos en el Perú. Prácticamente la totalidad de esta producción se debe a la mediana y pequeña agricultura. El Perú importa, para completar su oferta alimentaria, principalmente maíz amarillo (para la industria avícola), trigo, oleaginosas, por un monto de alrededor de 1350 millones de dólares (año 2009).

Hacia el año 2020 la población del Perú se habrá incrementado en un 21%. La pregunta es ¿cómo satisfacer esa mayor demanda de alimentos, sin aumentar nuestra dependencia alimentaria?

Sólo hay dos maneras, que deberían ser complementarias: aumentando la frontera agrícola y/o incrementando los rendimientos por hectárea.

Si no se incrementan los rendimientos, entonces la cantidad requerida de nuevas tierras de cultivo para alimentos en el año 2010 será proporcional al crecimiento de la población: 21%, es decir, aproximadamente 380 mil hectáreas. ¿De dónde salen esas hectáreas? Una opción es de la ampliación de la frontera agrícola en la costa, irrigando las tierras eriazas (Olmos, Majes, Chavimochic, etc.). Pero esas tierras nuevas, por decisión política, van a la constitución de neolatifundios, todos los cuales orientan su producción a la exportación. En la sierra no hay lugar para ampliar la frontera agrícola (más bien se reduce). Sólo queda la selva, pero se hace a costa de la deforestación, el desequilibrio ecológico y la liberación de carbono, cosa que lamentablemente está ocurriendo.

Para el incremento de rendimientos de la mediana agricultura y, sobre todo, de la agricultura familiar se requeriría, para que sea masivo, una decisión política clara y sostenida del Estado en todos sus niveles. Ello implica un cambio radical de prioridades y de orientación de recursos: actualmente alrededor de las tres cuartas partes de la inversión pública del sector agrario va a las grandes irrigaciones, en contraste con los minúsculos recursos que reciben las enclenques instituciones de investigación y extensión técnica.

La política vigente desde el gobierno de Fujimori de priorizar la formación de latifundios para la exportación va diametralmente en contra de una adecuada estrategia para afrontar el desafío de la seguridad alimentaria en los años venideros, estrategia que debería depender del apoyo a aquellos que producen alimentos: la agricultura mediana y familiar.